Quince días después de la primera visita volvimos a El Ahorcado, con la señora María Concepción Moreno Arteaga, doña Concha. Las calles del poblado estaban húmedas. Los baches que tienen varias de ellas estaban hasta el ras de
agua, lo cual eran claras señales de las lluvias que habían caído hasta el día
anterior.
Al tocar en la puerta
de madera, amablemente nos atendió una mujer joven, quien indicó ser hija de la
samaritana.
-No está. Se acaba de ir con mi abuelita, ¿no la encontraron? Iba por
donde ustedes venían. –Con cierta ingenuidad nos informó.
- No, no nos dimos
cuenta. –Le contesté.
- Espérenme tantito, voy a buscarla para avisarle que están ustedes
aquí. –Nos dijo diligentemente, para salir enseguida hacia donde señaló
que se había ido doña Concha.
Casi diez minutos
después volvió acompañada de la señora. Ambas, caminando zigzagueaban a lo
ancho de la calle, para sortear los numerosos baches con agua que había quedado
de las lluvias caídas en días anteriores. Percibí que doña Concha ahora
caminaba con mayor soltura, esta vez no lo hacía ayudada por alguien, como nos
percatamos la ocasión anterior.
Después de
saludarnos, la buena mujer nos invitó a pasar a su humilde predio en tanto nos
daba la buena nueva.
- Ya me operaron este ojo. Todavía no veo
bien, pero ya veo un poquito mejor con
este otro. –Nos decía a la vez que, quitándose los lentes, señalaba el ojo
derecho.- Con lentes me ayudo algo.
Pásenle. Ésta es mi casa.
Traspasamos la
entrada al terreno y nos quedamos en el pequeño patio de tierra.
- Trae un banco para que se sienten, -indicó a su hija. ¿Quieren un
vaso con agua? Ella es mi hija…
Agradecimos la
atención.
-
No se preocupe doña Concha. Vinimos de pasadita. -le
respondió Cecy-. Nada más pasamos a dejarle estas cosas. Esperamos le sirvan de
algo…
La vivienda de doña
Concha es un cuarto construido con tabique blanco que utiliza como dormitorio,
en tanto la cocina está hecha con madera de desecho. Dice que el cuarto se lo
hizo la presidencia municipal después que salió de la cárcel, pero que antes
sólo tenía la choza donde vivía con sus hijos quienes ya formaron su propia
familia. Su hija es pareja de uno de los centroamericanos que llegó a
solicitarle apoyo.
- - Le gustó aquí. Ya luego se hizo novio de mi hija hasta que se quedó a
vivir aquí.
En un espacio de seis
por siete metros se asientan el patio y las dos humildes construcciones. El
pequeño patio que separa a la cocina del cuarto-dormitorio no rebasa los veinte
metros cuadrados. A su alrededor habitan sus descendientes con sus respectivas
familias.
-
En la cocina se duermen “mis” muchachos –dice-. Ya cuando son muchos, ái
se quedan en el solar, porque ellos le dicen solar, no le dicen patio. Ái se
acomodan, porque no caben allá, en la cocina. Explica señalando
alternadamente a la choza de madera y al suelo del patio.
Con fluidez narra las
diversas experiencias vividas con sus actos hacia “sus muchachos”.
-
Cuando llegan, ellos mismos me dicen que nadie los quiere ayudar. Que en las demás casas les dicen “vaya con doña Concha, ella
ayuda los mojados”, y por eso llegan aquí.
-
Luego luego les preparo un café o si tengo algo de comer también les
ofrezco. Si se quieren bañar les doy un jabón, aunque a veces no tengo ni qué
ofrecerles. A veces me dicen que si les doy permiso de lavar su ropa. Si no
tengo jabón, por ái les pido a las vecinas o lo pido fiado.
Revive la postura de
sus vecinos de no ayudar a los indocumentados después de ver lo que le pasó con
la “justicia”.
-
No, la gente ya no quiere ayudar nada. Una vez, estando yo ya en la
cárcel, me platicaron mis hijos allá, que un muchacho se cayó del tren y que le
cortó una pierna mucha gente ahí, alrededor de él, nomás viendo, no hacían nada. Que
les decían que le pusieran un trapo… que le ayudaran para que no siguiera
sangrando y varios dijeron que “no, ¿para qué? ¿Pa’ que nos pase lo que a doña Concha?
Que nos lleven a la cárcel por andar ayudando”... ¡Qué inconciencia! –Prosigue a la vez que en su rostro se dibuja una sonrisa compasiva-. Dicen que así estuvo hasta que llegó la
ambulancia. Ya no supe qué pasaría con ese hombre.
Imagínense sus familias cómo
estarán por allá sin saber nada de ellos. Si viven, si sufren, si comieron. Es
muy fea la vida de ellos que dejaron su familia, su tierra y andan por acá
sufriendo estas cosas.
Doña María Concepción evidencia la compasión que siente por sus semejantes.
-
Ya dije que mientras Dios me deje vivir y yo pueda, voy a darles aunque
sea un café. Oiga, imagínese cómo les caerá al estómago vacío aunque nomás sea
eso. Quién sabe cuántos días tendrán que no se llevan algo a la boca. Dicen que
a veces tardan días en tomar siquiera agua.
A veces porque no traen dinero,
otras porque no hay tiendas cerca o no pueden bajar a comprar porque hay mucha
policía o gente mala que nomás está esperando para robarlos. Se tienen que
andar cuidando.
-
Y mujeres ¿también vienen mujeres o nada más puros
hombres? –Inquiere Cecy con interés
-
¡Huy! Sí señito. No muchas pero sí, varias veces vienen unas muy
jovencitas.
No siempre llegan aquí. Es que
les da miedo que los vayan a agarrar, entonces se quedan unos allá cerca de las
vías. Como allá están unos vagones viejos, allí se quedan unos mientras otros
vienen a buscar algo qué comer o dinero para comprar. Luego vienen otros y así.
No todos llegan juntos hasta aquí. Entonces no siempre se dejan ver. Pero sí, sí
vienen mujeres también.
Hace unos meses llegaron unas,
como le digo, bien jovencitas, con unos muchachos. Decían que ya estaban
cansados, que tenían muchos días de camino. Empezaron a discutir y ellos
dijeron que mejor se iban a regresar. Las muchachas les decían que no, que ya
estaban cerca y hasta les preguntaban que de qué había servido tanto
sufrimiento y ‘ora ellos se querían regresar.
-
¿Y se regresaron? –Insistió mi compañera.
-
Al último no supe bien, señito. Pero ellas estaban muy resueltas a
seguir. Ps’ oiga, tanto caminar para ya estando cerca, echarse para atrás. Ya
pasaron lo más difícil. Porque dicen que de la frontera para acá los tratan muy
mal… los policías… la gente mala los roba o los golpea.
Y así llegan... a veces golpeados, heridos, enfermos por lo que comen en el camino.
- ¿Y qué hace usted con los enfermos?
- Los llevo al Centro de Salud. Hasta eso que la enfermera no me cobra si no traigo dinero. Nomás le hace lo que le dice la doctora.
No, si hasta eso.
Doña Concha nos
platicó un poco sobre su vida en el reclusorio.
-
Me trataron muy bien las mujeres que ya estaban ahí. Les causaba
extrañeza que me hubieran detenido nada más por darles de comer a los
indocumentados. Pero todas me trataron bien. Nadie se metía conmigo.
La comida no era muy buena, pero
eso sí, al menos comía mejor que aquí en mi casa, que a veces no tengo ni qué.
Les platico a mis hijos: “yo creo que estaba mejor allá adentro. Ahí sí comía
hasta tres veces al día y aquí a veces no tengo ni tortillas duras”. Nomás les
gana la risa. Además me ganaba unos centavos…
-
¿Por qué, doña Concha? ¿Qué hacía? –Preguntamos a la
vez, encimando nuestras inquietudes
-
Aprendí a hacer algunas cosas. Yo hacía unas etiquetas chiquitas, de
esas que les ponen a los pantalones y a las chamarras por dentro. Me pagaban a
diez centavos cada una ¡Eso ya era un dinero seguro! –Aumenta su ánimo al comentar esto último-. Como aprendí rápido, ya pronto me ganaba varios pesos a la semana.
Entonces sí estaba mejor allá. Aquí afuera a veces ando sufriendo porque no
tengo ni para la comida del día.
-
¿Doña Concha, Qué otras experiencias le ha dejado lo
que ha vivido?- Le cuestioné
-
Ps’ he viajado un poco. Fíjese, yo de aquí no salía más que ái, a
Escobedo (Pedro Escobedo).
Y ‘ora ya he andado allá por Veracruz, en México (la ciudad) y otros lugares. Me llevan a conferencias,
para que platique qué es lo que hago, cómo le hago… de cuando me agarraron…
-
¿Obtienen algún otro beneficio? ¿La ayudan en algo?
–De nuevo preguntamos simultáneamente Cecy y yo.
-
No, señor. Nada más me pagan los pasajes, la comida, pero nada más. Bueno,
me dan unos reconocimientos. Pero esos no los puedo vender pa’ seguir ayudando
a mis muchachos, pero ni modo que me los coma cuando no tengo otra cosa. –Respondió, enfatizando el sarcasmo en esto último.
-
Pero usted seguirá…
-
Sí. Y lo haré mientras tenga forma de hacerlo.
Le agradecimos su
tiempo y las atenciones que nos prestó, para enseguida despedirnos y salir de
El Ahorcado. Comunidad que abarca prácticamente el cerro rodeado del fértil
valle que pese a su cualidad, igual como hacen los poderosos con los pobres, es
explotado inmisericordemente al fertilizar su suelo con productos químicos para
incrementar la producción.
También aquí, la
industrialización se abre camino hacia estos territorios que deberían ser protegidos,
porque representan la fuente de alimentación de la humanidad. Además que se
convierten en focos de contaminación que sumados al uso de pesticidas,
fertilizantes, herbicidas y otros químicos, deterioran el medio ambiente que,
insisto, deberíamos cuidar para nuestro bien.
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