miércoles, 25 de noviembre de 2015

¡Viva el Huapango! Número 7

Año 1   Noviembre de 2015    Santiago de Querétaro, Qro.     No. 7

Huapango en Querétaro
Durante estos meses en que no apareció nuestro boletín, no es porque  el huapango haya estado ausente en nuestra ciudad, sino más bien porque esta música se ha vivido particularmente en las fiestas familiares.
En el ámbito público decayeron las presentaciones de tríos y grupos. SOLO EN ALGUNAS FIESTAS PATRONALES acogieron la música huasteca para adornar sus celebraciones, con lo cual incluso, por primera vez llegó a contextos no pensados en comunidades como Colonia Los Ángeles en el municipio de Villa Corregidora, El Vegil en Huimilpan y El Rayo en Amealco. Aunque en esta última es la segunda ocasión que se realiza el ejercicio huapanguero.
Enhorabuena por el bien de los seguidores de la música tradicional, en especial el huapango.

¡VIVA AMATLÁN!
¡VIVA LA MUJER HUASTECA
XXVI Fiesta Anual del Huapango - Encuentro de las Huastecas
Del 27 al 29 de noviembre
El pueblo de Amatlán-Naranjos, Ver., se vestirá de gala una vez más como desde hace veintiséis años, al realizar la Fiesta Anual del Huapango, Encuentro de las Huastecas que en esta ocasión servirá de marco para homenajear a la mujer huasteca, misma que estará representada por aquellas que se atrevieron a romper los paradigmas y con ello penetrar en la interpretación y ejecución del son huasteco y huapanguero, un papel que hasta hace algunas décadas estaba dominado por el género masculino, ya que las damitas solo participaban bailando.
Actualmente, decenas de niñas y jovencitas siguen este ejemplo y ya no solo bailan sino que siguen los pasos de Rosita del Ángel, Emma Maza del Ángel, Soraima Galindo, Paty y Chave Camacho, Esperanza Zumaya, Las hermanas Valdez Flores, Paty Chávez, Griselda Rocha, entre otras.

Editorial
Vivir la fiesta huapanguera en su contexto natural es una de las experiencias más gratas que podemos tener quienes simpatizamos o somos fervientes huastecos de corazón y por supuesto para los nativos de esta hermosa región de nuestro país.
Estamos en la última parte del año y al parecer las condiciones sociales en muchas de las ciudades, pueblos y comunidades del país, se visten de gala, más aun por las numerosas festividades patronales o religiosas.
En la Huasteca no es la excepción y por supuesto que los sones tradicionales, los sones de costumbre, así como los famosos huapangos se escuchan por doquier, amén de los festivales y/o encuentros de la cultura regional que se están haciendo habituales.
Uno de los más antiguos, si no es que el más, es el organizado  cada último fin de semana  de noviembre de cada año por el Patronato Pro-Huapango  y de la Cultura Huasteca de Amatlán AC, encabezado por el Lic. Santiago Pérez Gómez, precisamente en el pueblito de Amatlán perteneciente al municipio de Naranjos, Ver.
Actualmente se han ido sumando más y más pueblos a la organización de tales eventos y algunos con los que se cierra el año se llevan a cabo en Colatlán y en Soltepec.
Los Huastecos mantienen la tradición
Orgullosos de su origen, de su raíz.

El Editor

La tecnología en los
Sones, Versos y zapateos
De fondo se oye que la tarima suena huecamente en tanto en primer plano, el son es adornado con los mánicos que producen por un lado los agudos acordes de la jarana y por el otro la voz grave y pastosa de la quinta huapanguera que acompañan al violín cuyos floreos lucen brillantes, dando los matices plenos de vida al Querreque, La Levita, La azucena, El borracho, El caballito y más y más huapangos tradicionales o nuevos.
Los sonidos se oyen claros, bien marcados. Aunque hayan sido registrados directamente en el ambiente de la fiesta, los técnicos especializados en sonorización y audio editan de manera magistral las grabaciones obtenidas para entregarlas al público amante de la tradición con excelente calidad, sin los molestos scrashes o zumbidos que se evidencian en las cintas de los viejos y prácticamente desaparecidos cassetes.
Así ha avanzado la tecnología.
Ahora se combinan los instrumentos tradicionales con el zapateo. Se graban primero unos y luego otros. A veces se registra la voz o las voces aparte y después se mezclan.
También ahora, se pueden realizar grabaciones caseras de calidad regular, por lo que muchos tríos se hacen acompañar de algún pequeñísimo tiraje de cedes (cd’s) en sus presentaciones, por si alguien quiere quedarse con el recuerdo.
Si no hay disco ¿para qué preocuparse? Están las videocámaras  o al menos el teléfono celular que ahora trae cámara para tomar fotos o video de muy buena calidad y el recuerdo continuará por muchos meses o años.
De ahí se podrían copiar los mánicos, los floreos, los zapateos u otros pasos de baile y hasta el vestuario si se ofrece.
Bendita tecnología que tiene también mucho de benéfico para la cultura.

Geografía Huapanguera
Amatlán-Naranjos, Ver.
Amatlán es un poblado de origen prehispánico, cuyo nombre significa "lugar de higueras o amates". El municipio originalmente fue denominado Amatlán-Tuxpan, ya que pertenecía a la jurisdicción del cantón de Tuxpan. En 1938 tanto el pueblo de Amatlán como el municipio recibieron la denominación de Amatlatépetl. En 1941 fue trasladada la cabecera municipal de la localidad de Amatlán a la de Naranjos. Por decreto de 15 de diciembre de 1946 se le restituye al municipio su antiguo nombre de Amatlán-Tuxpan. En 1960 la localidad de Naranjos es elevada a la categoría de villa y en diciembre de 1973 a la categoría de ciudad. En junio de 1996 el nombre del municipio pasa formalmente de Amatlán-Tuxpan a Naranjos-Amatlán.
Llegar a Amatlán puede representar una aventura muy agradable. Pasear en este pintoresco pueblo lo es aún más.
El recorrido comienza desde el entronque formado por la vía de acceso y la carretera México Tuxpan localizado a cinco kilómetros de la cabecera municipal de Naranjos. El descuido físico de la vía es compensado por el paisaje vegetal que lo rodea ya que los enormes árboles y el panorama campirano que se percibe tras ellos, agradan los sentidos.
Llegar a la plaza  en cuyo centro se encuentra el moderno kiosco y la estatua ancestral Sol Poniente, rodeados por el templo católico así como el antiguo Palacio Municipal convertido ahora en Biblioteca y en su momento centro de operaciones del Patronato Pro-Huapango. Descansar en sus bancas para disfrutar una nieve elaborada por los lugareños o tal vez algún platillo tradicional más en forma antes de realizar el ascenso al Cerro de la Cruz para desde ahí otear el horizonte hacia los cuatro puntos cardinales al admirar la Sierra de Otontepec.
Visitar el Barrio Huasteco; convivir con los habitantes; adquirir algunos productos de la región o refrescarse en las aguas del río Tancochín son solo algunas actividades que deleitarán su viaje a Amatlán.
Visita Amatlán. Te va a  encantar.
Imagen: El Centro de Amatlán, José Guadalupe Arvizu O.


Berlín Huasteco en ¡Viva el Huapango!
Los músicos huastecos se hacen presentes en la capital queretana.
En el marco de la celebración del programa ¡Viva el Huapango!, se presentaron varios tríos.
Entre ellos Berlín Huasteco nos hizo el honor de engalanar el festival  de aniversario, mismo que se transmitió en directo desde la Explanada de Rectoría el pasado 22 de agosto.
Más recientemente, el 7 de noviembre, nos acompañó nuevamente en otra transmisión extra cabina, esta vez desde el lobby del Cineteatro Rosalío Solano, ubicado en pleno Centro Histórico de la ciudad Santiago de Querétaro.
Gracias a los integrantes Ramiro Cocino, Arturo Enrique Hernández H y Arturo, reiterándoles que como para ellos, las puertas en ¡Viva el Huapango! están abiertas.
Imágenes: ¡Viva el Huapango!
  




Festivales de Huapango
Fin de año

Imagenes: de los respectivos organizadors, tomadas de Facebook

Imagen: Patronato ProHuapango Amatlán y la Cultura Huasteca AC
Y No olviden
Festival del Huapango Arribeño y  Cultura de la Sierra Gorda
29 al 31 de diciembre de 2015 y 1° de enero de 2016
Xichú, Guanajuato
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La mujer en la Huasteca
La mujer es complemento del varón y viceversa.
No se puede concebir el mundo a medias o sin ayuda de algo o alguien.
En la Huasteca es como en cualquier parte del mundo. La vida. La cotidianeidad, la rutina, las cosas extraordinarias las hacen las mujeres y los varones.
Los roles sociales están determinados por los protagonistas. Si bien durante muchos años, siglos mejor dicho, el hombre ha dispuesto y precisado los papeles que deberán desempeñar las y los integrantes del grupo social, salvo algunas excepciones en el mundo y los que están determinados por los factores biológicos, en las últimas décadas la mujer está penetrando a campos que se reservaban a los miembros del sexo masculino.
En el contexto musical huasteco también se está dando esta evolución social.
Se sabe que antaño la mujer no era bien vista en los grupos de convivencia social en los cuales el huapango era el factor distractos por excelencia. Incluso se dice que las parejas de bailadores estaban integradas por varones o estos bailaban de manera individual. La mujer ni siquiera participaba de la fiesta, pues era la encargada de estar al pendiente de las necesidades de los varones. La sumisión, al parecer, era el estado social que debía mantener el género femenino.
Hoy día, y desde hace tres o cuatro décadas, estos roles han sufrido modificaciones, de tal suerte que las damas son un elemento no necesario, sino indispensable en la convivencia social.
Es por eso que al explorar las actividades que durante cientos de años fueron exclusivas de los hombres, las mujeres no solo igualan en destreza e inteligencia a los varones, sino que en muchos ámbitos, los han superado ostensiblemente.
Actualmente las parejas de bailadores, mujer y varón, forman un equipo insuperable para deleitar a la concurrencia ávida de disfrutar las expresiones huapangueras.
Pero también las mujeres ya tocan y cantan huapangos. Muchas incluso los componen.
Así que las cadenas se rompen, los espacios se acortan, las brechas se acortan y para muestra solo un botón.
En Amatlán se entregarán preseas Sol Poniente  a mujeres destacadas en la interpretación o ejecución de huapango. Hay muchas más, incluso varias muy jóvenes.
Por ahora solo algunas se llevarán el Sol Poniente a casa, porque primero hay que hacer camino al andar.
Para el resto solo les diremos, ¡Adelante y a dar un paso tras otro! Solo así podrán avanzar y tal vez algún día tendrán un Sol Poniente que sea el recuerdo de su trabajo, de su lucha tenaz, del esfuerzo que empiezan a derrochar para ejecutar huapango.
Imagen: Patronato ProHuapango Amatlán y la Cultura Huasteca AC

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Aniversario de ¡Viva el Huapango
El 22 de agosto pasado celebramos nuestro XIII Aniversario al aire a través de las frecuencias de radio universitarias.
Sábado a sábado, casi ininterrumpidamente, durante más de trece años hemos llevado a los radioescuchas la música huapanguera, esencialmente la huasteca y la arribeña, con atrevidos esbozos de otros géneros como el son jarocho, el sotaventinaoy el de artesa, sin faltar el huapango norestense ¡Ajúa!.
La Explanada de Rectoría, en el Centro Universitario, fue el escenario desde donde transmitimos en directo el programa con la participación de los excelentes tríos: Los avispones Huastecos de Israel García; Alegría de la Sierra y Berlín Huasteco, además de la nutrida concurrencia que se dio cita en el lugar.
Gracias al Porfe Raúl Ríos Olvera, nuestro Coordinador de R-UAQ, quien nos honró con el estreno del equipo de control remoto; a Pepe Valencia que manejó el control remoto; a Diego Palomares en cabina, a Malena al teléfono y a todos los demás compañeros que nos apoyan día a día, programa tras programa.

Imágenes
Anayansi Bañuelos
Luis Lara
Cecilia Tello

















             

   


domingo, 1 de noviembre de 2015

María Concepción Moreno y los indocumentados en El Ahorcado

Quince días después de la primera visita volvimos a El Ahorcado, con la señora María Concepción Moreno Arteaga, doña Concha. Las calles del poblado estaban húmedas. Los baches que tienen varias de ellas estaban hasta el ras de agua, lo cual eran claras señales de las lluvias que habían caído hasta el día anterior.

Al tocar en la puerta de madera, amablemente nos atendió una mujer joven, quien indicó ser hija de la samaritana.
-No está. Se acaba de ir con mi abuelita, ¿no la encontraron? Iba por donde ustedes venían. –Con cierta ingenuidad nos informó.
- No, no nos dimos cuenta. –Le contesté.
- Espérenme tantito, voy a buscarla para avisarle que están ustedes aquí. –Nos dijo diligentemente, para salir enseguida hacia donde señaló que se había ido doña Concha.

Casi diez minutos después volvió acompañada de la señora. Ambas, caminando zigzagueaban a lo ancho de la calle, para sortear los numerosos baches con agua que había quedado de las lluvias caídas en días anteriores. Percibí que doña Concha ahora caminaba con mayor soltura, esta vez no lo hacía ayudada por alguien, como nos percatamos la ocasión anterior.
Después de saludarnos, la buena mujer nos invitó a pasar a su humilde predio en tanto nos daba la buena nueva.
- Ya me operaron este ojo. Todavía no veo bien, pero ya  veo un poquito mejor con este otro. –Nos decía a la vez que, quitándose los lentes, señalaba el ojo derecho.- Con lentes me ayudo algo. Pásenle. Ésta es mi casa.
Traspasamos la entrada al terreno y nos quedamos en el pequeño patio de tierra.
- Trae un banco para que se sienten, -indicó a su hija. ¿Quieren un vaso con agua? Ella es mi hija…
Agradecimos la atención.
-          No se preocupe doña Concha. Vinimos de pasadita. -le respondió Cecy-. Nada más pasamos a dejarle estas cosas. Esperamos le sirvan de algo…

La vivienda de doña Concha es un cuarto construido con tabique blanco que utiliza como dormitorio, en tanto la cocina está hecha con madera de desecho. Dice que el cuarto se lo hizo la presidencia municipal después que salió de la cárcel, pero que antes sólo tenía la choza donde vivía con sus hijos quienes ya formaron su propia familia. Su hija es pareja de uno de los centroamericanos que llegó a solicitarle apoyo.
-          - Le gustó aquí. Ya luego se hizo novio de mi hija hasta que se quedó a vivir aquí.

En un espacio de seis por siete metros se asientan el patio y las dos humildes construcciones. El pequeño patio que separa a la cocina del cuarto-dormitorio no rebasa los veinte metros cuadrados. A su alrededor habitan sus descendientes con sus respectivas familias.
 -          En la cocina se duermen “mis” muchachos –dice-. Ya cuando son muchos, ái se quedan en el solar, porque ellos le dicen solar, no le dicen patio. Ái se acomodan, porque no caben allá, en la cocina. Explica señalando alternadamente a la choza de madera y al suelo del patio.
Con fluidez narra las diversas experiencias vividas con sus actos hacia “sus muchachos”.
-          Cuando llegan, ellos mismos me dicen que nadie los quiere ayudar. Que en las demás casas les dicen  “vaya con doña Concha, ella ayuda los mojados”, y por eso llegan aquí.
-          Luego luego les preparo un café o si tengo algo de comer también les ofrezco. Si se quieren bañar les doy un jabón, aunque a veces no tengo ni qué ofrecerles. A veces me dicen que si les doy permiso de lavar su ropa. Si no tengo jabón, por ái les pido a las vecinas o lo pido fiado.
Revive la postura de sus vecinos de no ayudar a los indocumentados después de ver lo que le pasó con la “justicia”.
-          No, la gente ya no quiere ayudar nada. Una vez, estando yo ya en la cárcel, me platicaron mis hijos allá, que un muchacho se cayó del tren y que le cortó una pierna mucha gente ahí, alrededor de él, nomás  viendo, no hacían nada. Que les decían que le pusieran un trapo… que le ayudaran para que no siguiera sangrando y varios dijeron que “no, ¿para qué? ¿Pa’ que nos pase lo que a doña Concha? Que nos lleven a la cárcel por andar ayudando”... ¡Qué inconciencia! –Prosigue a la vez que en su rostro se dibuja una sonrisa compasiva-. Dicen que así estuvo hasta que llegó la ambulancia. Ya no supe qué pasaría con ese hombre.
Imagínense sus familias cómo estarán por allá sin saber nada de ellos. Si viven, si sufren, si comieron. Es muy fea la vida de ellos que dejaron su familia, su tierra y andan por acá sufriendo estas cosas.

Doña María Concepción evidencia la  compasión que siente por sus semejantes.
-          Ya dije que mientras Dios me deje vivir y yo pueda, voy a darles aunque sea un café. Oiga, imagínese cómo les caerá al estómago vacío aunque nomás sea eso. Quién sabe cuántos días tendrán que no se llevan algo a la boca. Dicen que a veces tardan días en tomar siquiera agua.
A veces porque no traen dinero, otras porque no hay tiendas cerca o no pueden bajar a comprar porque hay mucha policía o gente mala que nomás está esperando para robarlos. Se tienen que andar cuidando.
-          Y mujeres ¿también vienen mujeres o nada más puros hombres? –Inquiere Cecy con interés
-          ¡Huy! Sí señito. No muchas pero sí, varias veces vienen unas muy jovencitas.
No siempre llegan aquí. Es que les da miedo que los vayan a agarrar, entonces se quedan unos allá cerca de las vías. Como allá están unos vagones viejos, allí se quedan unos mientras otros vienen a buscar algo qué comer o dinero para comprar. Luego vienen otros y así. No todos llegan juntos hasta aquí. Entonces no siempre se dejan ver. Pero sí, sí vienen mujeres también.
Hace unos meses llegaron unas, como le digo, bien jovencitas, con unos muchachos. Decían que ya estaban cansados, que tenían muchos días de camino. Empezaron a discutir y ellos dijeron que mejor se iban a regresar. Las muchachas les decían que no, que ya estaban cerca y hasta les preguntaban que de qué había servido tanto sufrimiento y ‘ora ellos se querían regresar.
-          ¿Y se regresaron? –Insistió mi compañera.
-          Al último no supe bien, señito. Pero ellas estaban muy resueltas a seguir. Ps’ oiga, tanto caminar para ya estando cerca, echarse para atrás. Ya pasaron lo más difícil. Porque dicen que de la frontera para acá los tratan muy mal… los policías… la gente mala los roba o los golpea.
Y así llegan... a veces golpeados, heridos, enfermos por lo que comen en el camino.
- ¿Y qué hace usted con los enfermos?
- Los llevo al Centro de Salud. Hasta eso que la enfermera no me cobra si no traigo dinero. Nomás le hace lo que le dice la doctora. 
No, si hasta eso.

Doña Concha nos platicó un poco sobre su vida en el reclusorio.
-          Me trataron muy bien las mujeres que ya estaban ahí. Les causaba extrañeza que me hubieran detenido nada más por darles de comer a los indocumentados. Pero todas me trataron bien. Nadie se metía conmigo.
La comida no era muy buena, pero eso sí, al menos comía mejor que aquí en mi casa, que a veces no tengo ni qué. Les platico a mis hijos: “yo creo que estaba mejor allá adentro. Ahí sí comía hasta tres veces al día y aquí a veces no tengo ni tortillas duras”. Nomás les gana la risa. Además me ganaba unos centavos…
-          ¿Por qué, doña Concha? ¿Qué hacía? –Preguntamos a la vez, encimando nuestras inquietudes
-          Aprendí a hacer algunas cosas. Yo hacía unas etiquetas chiquitas, de esas que les ponen a los pantalones y a las chamarras por dentro. Me pagaban a diez centavos cada una ¡Eso ya era un dinero seguro! –Aumenta su ánimo al comentar esto último-. Como aprendí rápido, ya pronto me ganaba varios pesos a la semana. Entonces sí estaba mejor allá. Aquí afuera a veces ando sufriendo porque no tengo ni para la comida del día.
-          ¿Doña Concha, Qué otras experiencias le ha dejado lo que ha vivido?- Le cuestioné
-          Ps’ he viajado un poco. Fíjese, yo de aquí no salía más que ái, a Escobedo (Pedro Escobedo). Y ‘ora ya he andado allá por Veracruz, en México (la ciudad) y otros lugares. Me llevan a conferencias, para que platique qué es lo que hago, cómo le hago… de cuando me agarraron…
-          ¿Obtienen algún otro beneficio? ¿La ayudan en algo? –De nuevo preguntamos simultáneamente Cecy y yo.
-          No, señor. Nada más me pagan los pasajes, la comida, pero nada más. Bueno, me dan unos reconocimientos. Pero esos no los puedo vender pa’ seguir ayudando a mis muchachos, pero ni modo que me los coma cuando no tengo otra cosa. –Respondió, enfatizando el sarcasmo en esto último.
-          Pero usted seguirá…
-          Sí. Y lo haré mientras tenga forma de hacerlo.

Le agradecimos su tiempo y las atenciones que nos prestó, para enseguida despedirnos y salir de El Ahorcado. Comunidad que abarca prácticamente el cerro rodeado del fértil valle que pese a su cualidad, igual como hacen los poderosos con los pobres, es explotado inmisericordemente al fertilizar su suelo con productos químicos para incrementar la producción.


También aquí, la industrialización se abre camino hacia estos territorios que deberían ser protegidos, porque representan la fuente de alimentación de la humanidad. Además que se convierten en focos de contaminación que sumados al uso de pesticidas, fertilizantes, herbicidas y otros químicos, deterioran el medio ambiente que, insisto, deberíamos cuidar para nuestro bien.

jueves, 22 de octubre de 2015

Doña Concha, la bestia y los indocumentados


Texto: José Guadalupe Arvizu Olalde
Primera visita a doña Concha realizada por Cecilia Tello Zúñiga y el autor.

Es el mediodía. El vientecillo fresco que caracteriza esta época del año contrasta con el picante sol que dejaba caer sus rayos inmisericorde sobre el altiplano que conforma el valle de tres municipios queretanos: San Juan del Río. Pedro Escobedo y Querétaro.
Llegamos a la comunidad Epigmenio González, geográficamente situado en Pedro Escobedo.  La población es conocida por los habitantes como El Ahorcado.
Preguntando por aquí a una señora que va acompañada de un menor y por allá a un anciano de caminar lerdo, nos enteramos dónde podríamos encontrar a la señora que nos motivó a visitar ese poblado que destacó en las noticias, incluso a nivel nacional e internacional, por varios meses: María Concepción Moreno Arteaga, doña Concha.
Cecy, mi esposa, se interesó en saber de ella cuando le comenté de quien se trataba. Quiso verla personalmente y saber si podría ayudarle en algo para su causa, por eso me ofrecí a llevarla a ese lugar: El Ahorcado.
Ella y yo somos hijos y familiares de inmigrantes. Cuando soltero, el papá de Cecy se fue por algunos meses a la Unión Americana para probar fortuna. Ahorró un poco de dinero que le sirvieron para invertir en algunas vacas al regresarse. Poco después casó y se estabilizó en la comunidad donde ha vivido toda su existencia. Ella, sus hermanas y hermanos también son migrantes. Dos varones salieron hacia el país del Norte y aun no regresan después de muchos años. Las mujeres y un varón residen en el Estado de México desde muy chicas, casi adolescentes. La mayoría de sus congéneres piensa en no volver al rancho.
Con mi padre ha sido diferente. Él comenzó a irse en busca del “american dream” desde que yo tenía siete años. En cuatro décadas ha vuelto por algunos periodos cortos, el más largo fue por doce años y los demás no fueron mayor a dos meses. Ahora no tiene para cuándo volver, ya no a la tierra donde nació, sino siquiera a esta patria mexicana; mucho menos cuando ya ha obtenido la ciudadanía norteamericana, convenció a mi madre de hacerlo también y se ha llevado cuatro hijos tras él. Casi todos ya se acostumbraron al “american way of life”, solo dos de mis hermanos volvieron para quedarse.
Quizá por lo anterior, sentimos la necesidad de conocer a doña Concha. Pero sobre todo porque nos enteramos que  ayuda a hombres y mujeres que vienen del sureste de México y de Centroamérica escapando de la miseria en que se encuentran para ir en busca de un trabajo bien remunerado con el cual dar un mejor nivel de vida a sus familias que se quedan en su lugar de origen, pero que ahora están en la misma situación que estuvieron nuestros padres y hermanos cuando decidieron irse al Norte como casi todos lo hacen… de mojados, de ilegales, a la buena de Dios.
Por fin, llegamos a donde nos habían indicado nuestros informantes espontáneos.
Frente al extenso solar limitado por malla de alambre que circunda la escuela Telesecundaria “Ángela Peralta” donde juegan los alumnos durante el receso, separadas por la calle Vicente Guerrero, se asientan las humildes viviendas en las cuales residen doña Concha, algunos familiares y vecinos.
Toqué en una puerta fabricada con madera de desecho, en tanto Cecy aguardaba en el vehículo que fuimos a la comunidad.
Me indicaron que la señora que buscábamos vivía al lado, ingresando por un angosto andador de tierra, “al fondo estaba una puerta de madera que es la entrada a su terreno”, precisaban.
Me dirigí hacia el punto indicado pero antes de entrar al pasillo un hombre joven, treinta y tres años a lo más, a quien le pregunté por la señora Concepción volteó hacia el andador y me dijo: Sí, ella es. Aquí la buscan. – agregó dirigiéndose a la mujer. Más tarde doña Concha comentó que es su hijo.
Mujer madura (dijo tener cincuenta y cuatro años) de complexión mediana; carirredonda con pelo corto prácticamente blanco por las canas; facciones ajadas por el tiempo con ojos de mirar melancólico, triste. Su caminar es lento porque está perdiendo la vista muy rápidamente “por causa del azúcar”, puntualiza.
Le saludé y llamé a Cecy para presentarnos y seguidamente explicarle el motivo de nuestro interés por conocerle. Inmediatamente nos invitó a pasar, a lo que nos disculpamos diciéndole que por esta vez preferíamos que la conversación fuese en la calle, ya que sería muy breve nuestra visita.
Sin tantos rodeos nos dijo que está muy decepcionada de la aplicación de la justicia.
-          Oiga, que ya no podemos dar ni siquiera un taco para ayudar a esa pobre gente, a mis muchachos, porque yo les digo mis muchachos. Fíjese nomás que por eso me llevaron presa.
-          ¿Cómo fue que comenzó a hacerlo, doña Concha? -pregunté.
-          Es que una vez empezaron a llegar unos muchachos sucios, lastimados que decían que venían de por ái de Honduras o de Guatemala, pidiendo algo para comer. Los vi tan mal que les preparé un taquito sencillo, pero que les ayudara algo. Y así me propuse que cuando fuera necesario aunque nomás sea una taza de café pero algo había qué darles, para que les caiga algo al estómago después de tantos días sin comer y que vienen sufriendo por el camino con la gente, los policías…
-          Le comento a mi esposa que usted estuvo presa…
-          Sí, fíjese nomás. Estuve dos años y medio.
-          ¿Y por qué? –pregunta Cecy.
-          Me acusaban de pollera. Yo qué pollera voy a ser, si nomás les doy un taco. Le decía al juez ‘Ándele, vaya a ver mi casa. Yo creo que los polleros viven en casas más buenas. Yo apenas tengo donde dormir’… En aquel entonces yo nomás tenía mi chocita de láminas de cartón; ya después que salí de la cárcel el presidente municipal me mandó hacer un cuartito de tabique.
Pues no, el juez hasta me dijo que le estaba faltando al respeto y le contesté: más me lo falta usted a mí, porque me achaca cosas que no tienen nada qué ver conmigo. Lo que hago es darles de comer a mis muchachos. A veces no tengo ni para mí, pero algo les ha de servir lo poquito que les doy. Usted qué, ni un peso ha de soltar ni para su familia aunque gane harto dinero.
-          Él no le creyó… -observé.
Pero como si no me escuchara doña Concha continuó:
-          Y se lo repetí al juez; he de salir y voy a seguir dándoles lo que pueda mientras Dios me deje vivir, porque un vaso de agua y un taco no se le debe negar a nadie.
-          ¿Y recibe ayuda de sus vecinos? –Le preguntó Cecy.
-          ¡Hay señito! De nadie. ‘Ora ya los de aquí no quieren ni meter las manos después de lo que me pasó. Eso sí, cuando llegan a sus casas luego luego me los mandan para acá “Vayan con doña Concha. Ella los ayuda”, les dicen. Pero nadie me manda un kilo de arroz o unas tortillas para darles de comer. Yo veo como le hago, pero busco por aquí o por allá y ya les hago un café. Hay veces que una señora por ái me manda algo de comida que le sobra; “Tenga para sus muchachos”, pero de ái en fuera, nadie más.
-          Dice que a veces llegan lastimados, heridos…
-          Sí. Dicen que les pegaron los demás que vienen en el tren o la gente por ái en el camino, o  que se cayeron del tren. No falta. Lo bueno que la enfermera de aquí del centro de salud, no me cobra. Me los pasa con la doctora y ya le dice qué es lo que les debe de hacer. Que una curación o que unas costuras. Fíjese, una vez a un muchacho que venía con una herida en la pierna, así, (señala en forma vertical sobre la suya) le puso casi cuarenta puntadas, y no me cobró ni un centavo.
Antes que me llevaran presa se acostumbró un muchachito, creo que era salvadoreño, y aquí se quedó conmigo mucho tiempo. Pero nomás que tenía cáncer. Lo llevé al doctor. Fuimos al hospital y le conseguí tratamiento porque les dije que era mi sobrino. Por aquí pedía con los vecinos para comprarle sus medicinas. Lo llevaba a las, las estas… terapias…
-          Quimioterapias. –intervengo-.
-          Sí, a las quimioterapias. Y ya empezaba a recuperarse cuando que viene la policía…
-          Fue cuando la detuvieron…-le interrumpí.
-          Sí. Llegaron varios policías y con las pistolas en la mano me gritaban con puras maldiciones y  preguntando que dónde estaban los demás y me acusaron de pollera.
-          Cuando estaba allá que le digo al juez. No señor, yo no soy pollera. Nomás cumplo con darle un taco a mi prójimo que lo necesita. ‘Ora usted cree que si yo me dedicara a lo que dice, estaría viviendo en esa choza. Tendría casas buenas.
-          ¿Y qué pasó con el muchacho que estaba enfermo? –Cuestionó Cecy.
-          Se murió, –responde apesarada-. Yo creo que fue por la falta de medicinas. Como a los cuatro meses que yo estaba en el penal me avisaron que ya se había muerto. A ver nomás. Esos hombres que quedan por acá y su familia ni enterada de si viven o si están bien o enfermos.
-          ¿También vienen mujeres, doña Concha? –Preguntó Cecy.
-          Sí. Vienen más hombres, pero también llegan a venir muchachitas. A lo mejor vienen más, pero no todos llegan hasta acá. Les da miedo que los vaya a agarrar la migra y entonces sí, de nada valió tanto sufrimiento. Es que unos se quedan por allá, por las vías, y otros se vienen o los mandan a buscar qué comer o a pedir dinero para seguir el camino.
Si tengo yo los invito a tomarse un café o me piden permiso de bañarse y si se quieren quedar, pos aunque sea en el suelo de la cocina o en el patio.
-          ¿Qué es lo que más le falta para apoyar a estas personas que andan tan lejos de su tierra y buscan algo mejor para su gente? –le preguntamos.
-          Frijol, arroz, sopas, café. Jabón, porque a veces ni jabón tengo para que se bañen o laven su ropa.
Amargamente se queja de la condición humana cuando dice que quienes se comprometían a ayudarla, nunca lo hicieron.
-          Fíjese, el licenciado Vicente Rayas Gómez le pidió diez mil pesos a mi familia para ayudarme a salir. Mi familia pidió prestado, juntó dinero con los vecinos y se lo dieron y ya no volvimos a saber de él.
O también para exhibir la insensibilidad e indiferencia:
-          Cuando estaba presa, mis hijos me avisaron que una vez el tren le cortó una pierna a un centroamericano y que había mucha gente de aquí alrededor del muchacho y nadie lo quiso ayudar. Que decían que no, porque no querían que les pasara lo mismo que a mí.
También está agradecida con aquellas personas que la apoyan para recuperar la vista.
-          Santiago a veces viene por mí, a veces Agustín para llevarme con el doctor que me va a curar. Dicen que la operación de los dos ojos va a salir en ochenta mil pesos. Ojalá y pueda volver a ver, aunque sea tantito.
Nos platicaba otras vivencias más que ha tenido en su loable labor, pero interrumpimos la conversación para despedirnos con el ofrecimiento de regresar otro día.
Los diez minutos que traíamos destinados para entrar en contacto con esta samaritana, se prolongaron hasta casi una hora.

Nos despedimos, no sin antes asegurarle que muy volveríamos.