Juan Gabriel y su influencia social
A propósito de la muerte de Alberto Aguilera Valadez (Juan Gabriel), escribí la siguiente anécdota:
No les voy a hablar sobre lo que
ya saben: que es un ídolo, que si vendió muchos discos, que si todos los medios de
comunicación hablan de él, que si esto, que si lo otro, etc, etc.
Nada de eso. Lean hasta el final para entender mejor la idea.
Hace unos días platiqué con un
amigo, a quien llamaré Manuel, cuyos orígenes están en algún punto serrano.
Nació, al igual que quien esto
escribe, entre cerros y montañas y bajo un cielo azul, como en una inmensa
hamaca, bañada por el sol (Con ese real escenario, hace muchas décadas Jesús
Elizarrarás, casualmente guanajuatense, se inspiró para escribir una canción).
Su infancia también transcurrió
en medio de los sembradíos y el ganado. Él, aunque feliz en su medio, también sufrió
de múltiples carencias como tener un buen par de calzado.
En el rancho, los niños usaban
huaraches de cuero con suela de llanta, los cuales con la humedad y todavía más
si se empapaban, se convertían en un enemigo al caminar entre las fangosas
veredas, consecuencia de las constantes lluvias de la época.
Allá donde aun hoy día, la
inocente carita infantil es remarcada con una sonrisa al poder disfrutar de una
coca cola y un paquete de galletas a mi interlocutor y un servidor, nos tocó
satisfacer nuestra glotonería con una coca y un puñado de galletas de
animalitos. Era el mayor placer que nos podíamos dar, porque no había para más.
Claro que para esto, teníamos que ir a un poblado más grande donde hubiera
tienda y el más cercano estaba a muchas horas (o hasta días) de camino.
La parte medular de este relato
estribó en lo siguiente:
“Nosotros vivíamos muy lejos,
-cuenta Manuel- por allá entre los cerros. Para llegar a Concá, un rancho más
grande que ahora ya es un pueblo en toda la extensión de la palabra, en tiempo
de lluvias era muy complicado, Pepe. Sobre todo porque había que cruzar los arroyos
y también un río con crecientes terribles. –Con mímica muy expresiva, Manuel trataba de
dar mayor énfasis a sus palabras-.
Había unas personas que les
decían garrucheros. Ellos nos ayudaban a pasar aquellos arroyos que cuando
aguacereaba se llenaban de lado a lado… A veces nos quedábamos hasta tres días
de un lado mientras amainara la lluvia para poder cruzar al otro, porque
mientras lloviera el hombre aquél no podía trabajar. Bueno, hasta quince días
hacíamos para ir y venir a Concá, pero la necesidad era la que nos obligaba a
hacerlo, ¡aunque estuvieran los aguaceros en toda su intensidad que entonces
duraban dos o tres meses!
Pepe, ¡cómo me acuerdo de esa
vez que mi padre me llevó con él! Yo estaba chiquillo. Tendría unos nueve o
diez años. Necesitábamos maíz y como el año anterior no hubo buenas cosechas en
el rancho, pues tuvimos que ir a buscar donde hubiera. La Conasupo de aquel
entonces (Comisión Nacional de Subsistencias Populares) surtía de maíz y otro
abarrotes a los ranchos y llegaban ahí, donde te digo.
En ocasiones aguardábamos cuatro
o cinco días, esperando que llegara el camionsote con el grano para ponerlo en
aquellos conos grandotes de piedra y concreto (silos), a fin que después nos lo
racionaran ¡pero gacho! Con decirte que solo vendían como quince o veinte kilos
por persona, era lo más que nos vendían, porque no había suficiente…
Bueno, lo que hace acordarme es
que esa vez llegamos a Concá después de tres o cuatro días de camino bajo la
lluvia, entre el camino en muchas partes tan pantanoso que se me hicieron mis
huarachitos guangos, guangos… Con la cansada del viaje, el aguacero que no
calmaba y la maltratada que me daban los huaraches, ya lo que tenía ganas era
de llegar y descansar.
¿Pues, cómo ves? que cuando
entramos al rancho aquel, oigo en una de esas bocinas de esas… perifónicas la canción de Juan Gabriel que dice “Lloviendo está y a través de la
lluvia” en la parte que dice “lloviendo está y por eso es que no ves mis
lágrimas”, ante eso se me llenaron precisamente los ojos de lágrimas, porque ya
no aguantaba más. Pues oye, ¿cómo sabía aquél cuate que estaba lloviendo? ¿Cómo
sabía que yo casi quería llorar?... ¡Mis lágrimas se confundían con la lluvia,
Pepe!
Cuando terminaba su relato, vi brillar
los ojos de Manuel. Sus lágrimas evidentemente no eran de tristeza por la
muerte del cantautor, sino el amargo dolor guardado ante lo injusta que es la
vida. Porque a unos les dota en demasía de lo necesario en tanto que a muchos los
priva de lo indispensable para subsistir.
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